"Era un lugar, sin lugar. Desde lo alto del montículo que lo señalaba, se lo veía como una especie de inconmensurable de sier to gris. Antes de entrar, y por si acaso, me persigné con el olor aún presente de Rosa sobre mi cuerpo, y tantée en mi bolsillo izquierdo el disquette de Rita. Eran mis dos más queridas posesiones y tenerlas me daría valor. Empecé así a bajar por una suave pendiente de basura seca por la que corría un extraño viento. Recuerdo que no era un viento liso, sino que soplaba en pequeños filamentos orgánicos. Un poco calientes, un poco pringosos... Pensé que tal vez todo esto tenía que ver con el descenso al mundo catávico. Una boludez. Seguí avanzando, y a los pocos pasos un colchón crocante de restos de pan, me avisó de la presencia de unos pájaros negros. Eran tan negros y grandes que parecían haber nacido del plástico mismo de las bolsas para consorcio. Me apuré a pasarlos. Algunos gritones que sobrevolaban sueltos alcanzaron a rozarme la cabeza en un gesto confuso que no me dejó, siquiera, sentir asco con claridad. Otros, aunque me sonó muy raro, parecían estar llevándose un poco de sol en el buche, como si el sol se hubiese muerto y lo estuviesen atacando a picotazos."