Mucho antes de que Silicon Valley
convirtiera un garaje en ícono del
nacimiento de las start-ups, David Ruda y
su amigo socio hermano Asrin ya habían
iniciado su negocio en una cochera. Cuando
hoy la palabra de moda es reinventarse,
cuarenta años atrás Ruda saltaba, sin
conocimientos previos, de ser docente de
educación física a ser comerciante para
luego convertirse en uno de los grandes
empresarios del país. Hoy, que la literatura
corporativa descubre los liderazgos flexibles
y horizontales, leemos cómo "el Jefe"
delegaba el silbato en la clase o cómo en
Salto 96 se gestaron ideas que Zappos o
Netflix descubren en el siglo XXI.
¿Cómo todo esto fue posible?
Por la audacia y, fundamentalmente, por la
profunda, eterna y delirante confianza de
Ruda en el otro.