Evita tenía una costumbre apasionada. Se trepaba a los árboles y, desde allí, veía sus sueños. Luego, uno a uno los guardaba en una caja y guardaba esa caja en el medio de su pecho. Ella sabía que un día la abriría para que los sueños brotaran hechos realidad. Y así fue nomás. Y tanto le gustaban los árboles que eligió uno de la Plaza de Mayo para vivir. Y la historia argentina cambió para siempre.
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