Leftraru encuentra en el bosque a un puma herido. Permanece inmóvil, cierra sus ojos y entona el canto que le había enseñado su abuela. El animal entonces deja que lo cure. El viento le había traído al joven mapuche la novedad de que sería un día brillante y que llegaría alguien inesperado. Las voces del viento nunca le mentían.