Mozart, sus cartas, la música y el teatro. Rincones de París. Impresiones fugitivas de un recoveco madrileño, de un pueblo mallorquín y del parque más celebrado de Barcelona. Un viaje en ómnibus de Colonia a Montevideo. Juan Rulfo y el Noh japonés. Kyoto desde una ventana. El Mahabharata de Peter Brook. La clarividencia de Michel Leiris y de Carlos Mastronardi. Una visita a Borges. Una crítica de La invención de Morel. Gombrowicz y sus discípulos. La fotografía, la traducción, la escritura... Arnaldo Calveyra ha dicho que llegó tarde al reparto de géneros, y estos ensayos, reunidos en libro por primera vez, conservan todo el encanto -la respiración, la luz- de su poesía. En efecto, el autor de El hombre del Luxemburgo ha acudido una y otra vez a la afabilidad tipográfica de la prosa -como si tradujera a prosa un poema previo, que ya no conoceremos- para desplegar la curva plena de su arte. Con Calveyra no conviene dejarse engañar por su aire serpenteante, tentativo: es un pulso firme el que tripula el texto. Invierte el signo de lo grave o de lo solemne y ofrece a cambio una delicadeza indestructible. No se trata de lecciones; son iniciaciones ilusoriamente dóciles de un maestro sigiloso, confidencial.